Hay dos maneras garantizadas de perpetuar un dolor: la primera y más obvia es aferrarnos a él, impidiendo que la vida siga fluyendo; en ese caso es como si la persona hiciera de ese dolor su identidad, rechazando cualquier alternativa que le permita elaborarlo para pasar a una instancia menos sufriente. La segunda, que es exactamente la opuesta. Sí: otro modo de garantizarnos la perpetuidad de un dolor es evitar hacer contacto con él.
A ver... es como si la vida fuera un largo corredor con múltiples puertas (vínculos, logros, viajes, proyectos...) y la persona entrara y saliera por cualquiera de ellas; pero hubiese UNA PUERTA cuyo umbral es de fuego; cada vez que la persona pasa cerca de ella retrocede, se distrae, bromea para disimular, huye... Detrás de esa puerta está lo evitado: un duelo suprimido, un miedo no reconocido, una carencia que acosa desde el fondo y preferimos no sentir, un rencor que corroe y se disfraza de sarcasmo, un sentimiento de abandono que acompañamos con cualquiera o eludimos decretando soledades...
Creemos ser libres de andar por el corredor, pero no: somos prisioneros de lo evitado. Pues el peligro no es la puerta en llamas: el peligro es su evitación, que nos limita. Y sólo atravesando ese umbral de fuego es posible apagarlo: el único modo de dar fin a la ansiedad que toda evitación produce. Cuando reconocemos lo evitado, cuando lo enunciamos o lo compartimos, cuando pedimos ayuda para cruzar ese umbral, cuando ya no nos mentimos... comienza una nueva libertad. Cada vez que afrontamos, aceptamos, asumimos, y llamamos las cosas por su nombre, estamos poniendo en marcha un proceso que limpia lo largamente fermentado; gracias a él vamos gestando, poco a poco, algo que todos necesitamos sentir: el autoaprecio que adviene por haber tenido el valor de no mentirse más, de no evitar. Así lo dijo Eva Pierrakos:
Tras la puerta de asumir tu debilidad,
reside tu fuerza.
Tras la puerta de sentir tu dolor,
residen tu placer y gozo.
Tras la puerta de sentir tu miedo,
residen tu seguridad y confianza.
Tras la puerta de sentir tu soledad,
reside tu capacidad de tener satisfacción,
amor y compañía.
Tras la puerta de sentir tu odio,
reside tu capacidad de amar.
Tras la puerta de sentir tu desesperación,
reside tu esperanza verdadera y justificada.
Tras aceptar las carencias de tu infancia,
reside ahora tu satisfacción.